¡Papá, me voy al mundo!
Una vez alguien dijo que la vida sobre la tierra es en realidad un infierno en el que hemos sido colocados en contra de nuestra voluntad.
Pienso que hay verdad en esto. Agregando que se trata de un infierno exterior, pero también de una medicina que nos ayuda a decidir abandonar el infierno, pero más aquél que vive en el interior.
Le pasó al hijo que dijo a su padre: «¡Papá, no me gusta tu casa, me voy al mundo!», sin saber que se iría al infierno mismo.
¿Por qué abandonó su casa?
Porque en su interior, ese hijo había decidido que el mundo era más bonito que el cielo. Que él sabía todo mejor que el padre.
El Padre, sin embargo, no dijo nada y lo dejó ir.
Así que el hijo, por voluntad propia, decidió vivir en el mundo porque éste vibraba bien con su interior. Pero después de tanto sufrimiento en el mundo, decidió abandonarlo porque percibió que en realidad era el infierno mismo.
¡Esa decisión fue un prodigio!
Porque abandonar el infierno es doloroso y humillante. Pocos están dispuestos a hacerlo.
Tener que reconocer un «¡me equivoqué, lo siento, perdóname!» es humillante y doloroso.
Tener que abandonar los placeres que el mundo o el infierno nos ha estado regalando por años no es cosa fácil.
Caminar en dirección a casa es duro cuando estás maltratado, dañado y cansado de tantos golpes que da el infierno.
Prodigio porque se toma conciencia que aun se tiene un amoroso Padre que espera por uno. La paciencia y la esperanza de retornar puede devolver las energías perdidas.